Nuestro relato comienza en un pequeño pueblecito de la Serranía de Ronda, encaramado a la falda de una montaña y con el hermoso valle del río Genal a los pies. Faraján, que así se llama, no tiene (ni tenía entonces) más de 250 habitantes. Cuando tras una curva se vislumbra a lo lejos, no puede ocultar su origen bereber: callejuelas estrechas de casas blancas y bancales que acogen huertas de frutales, vides, hortalizas… Todo inmerso en un denso bosque mediterráneo, adornado con la presencia del castañar más meridional de Europa. El topónimo, árabe por supuesto, es evocador: “lugar alegre” o “lugar de deleite”.

 

Es aquí donde vivía Josefa y donde nació Francisco, su hijo, y padre de Víctor Lobato. Él será nuestro guía en este apasionante recorrido vital de su familia, que nos llevará desde este rincón de la provincia de Málaga a cruzar el Estrecho de Gibraltar para descubrir Tetuán, una ciudad a la par norteafricana y de fuerte impronta hispana.

 

La miseria y la falta de oportunidades llevaron a Josefa, como a tantos españoles de la época, al camino de la emigración. Sin embargo, si la mayoría de sus vecinos lo hacían hacia el norte, ella tomó el camino del sur, para tratar de encontrar para los dos un horizonte en una ciudad a la que sus habitantes llamaban “la paloma blanca”. Buen augurio. De todos modos, es fácil imaginar sus dudas. Así pues una vez tomada la decisión fue inevitable el temor ante un futuro incierto en un lugar que, aunque no estaba muy lejano geográficamente, sí era muy distante por las diferencias culturales y por una historia convulsa que todavía, en 1923, distaba de estar aclarada.

 

Empiece, pues, este relato, y sumerjámonos en un periplo vital que nos llevará a descubrir Tetuán, una ciudad sorprendente, exótica, contradictoria y, siempre, apasionante…